Una vez que la cámara fotográfica estuvo disponible, los humanos no tardaron mucho en comprender sus usos sobrenaturales. Al principio de su historia, la idea de las fotos de espíritus hipnotizaba a la gente. Imágenes granuladas de fantasmas sombríos y todo tipo de fenómenos misteriosos intrigaban a la gente. Para ellos, en ese momento, esas imágenes eran espeluznantes, una ventana a lo desconocido, pero ahora parecen tan obviamente falsas, un truco de la lente y la luz.
Pero lo que revelaron esas primeras fotos de espíritus no fue solo una fascinación por lo sobrenatural, sino algo más profundo: que la tecnología, en su infancia, podía manipular nuestros sentidos de maneras que aún no habíamos imaginado.
La realidad del sonido
En la actualidad, la tecnología solo ha reforzado su control sobre la realidad. Consideremos el sonido, por ejemplo. ¿Qué es una canción? ¿Es solo una historia, un sentimiento? ¿Cuándo se convierte en algo "real" y es realmente falso? A diferencia de las imágenes, que representan una cosa (real o imaginada), el sonido es algo físico. No percibimos el sonido; lo sentimos. Las ondas sonoras empujan el aire, nuestros tímpanos, con una fuerza tangible.
Sin embargo, a pesar de ello, seguimos luchando contra el concepto de autenticidad del sonido. Entendemos lo que es una fotografía falsa, pero ¿puede existir algo así como un sonido falso? La línea se vuelve borrosa en el caso de la música grabada. Después de todo, cuando escuchamos música, incluso a través de la grabación más artificial, estamos oyendo ondas sonoras reales. De hecho, esas grabaciones, tan ingeniosamente diseñadas, a menudo suenan mejor que la "cosa real": más suaves, más perfectas.
El estudio como una nueva dimensión
A principios de los años 70, un joven ingeniero de sonido llamado Eddie Kramer intentaba investigar este mismo principio. Sentado en Electric Ladyland Studio, un edificio construido nada menos que por el propio Jimi Hendrix, estaba en condiciones de poder realmente ampliar los límites del sonido. El estudio era una nueva dimensión con la que crear realidad, realzarla o incluso inventarla.
En el caso de Kramer, se trataba de técnicas de superposición y efectos especiales, manipulando la música de una manera que iba más allá de la interpretación. Durante la grabación, el sonido se convertía en un lienzo en el que se podía distorsionar la realidad. Cada golpe de batería, cada rasgueo de guitarra, se podía reproducir, remezclar y moldear para convertirlo en algo completamente diferente de su forma original, pero no por ello menos real.
La evolución de la autenticidad
Al igual que la fotografía espiritual, el desarrollo de la grabación de sonido ha demostrado una y otra vez lo fácil que es engañar (o aumentar) nuestros sentidos. Mientras que las primeras fotografías podían convencernos de la existencia de fantasmas y apariciones sobrenaturales, las grabaciones de sonido actuales pueden persuadirnos de que lo que estamos escuchando es real cuando, de hecho, ha sido alterado minuciosamente.
Pero, ¿eso es necesariamente algo malo? La cuestión no es si un sonido es falso o real, sino más bien qué tipo de verdad transmite. De la misma manera que una buena historia puede transportarnos a otro mundo, una canción bien diseñada puede evocar emociones que trascienden sus orígenes técnicos.
En cierto modo, la manipulación del sonido nos ha abierto nuevos niveles de realidad. A veces puede ser el golpe de batería perfectamente capturado o la reverberación realmente suavizada de ese solo de guitarra; el arte de la ingeniería de sonido nos enseñó que, a veces, la ilusión puede ser más convincente que la realidad.
En última instancia, el mensaje que se desprende de la fotografía espiritual y de la producción musical moderna es el mismo: la tecnología nos permite ver (y oír) cosas que no imaginábamos posibles. Y, al hacerlo, reconfigura la forma en que pensamos sobre lo que es real, lo que es falso y lo que está en algún punto intermedio.